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Consejos y consejeros

¿Alguna vez te has preguntado cuántos consejos difundes a lo largo de tu vida y cuántos recibes?

Como si de una ofrenda se tratase, desplegamos alas solidarias y depositamos en los corazones más necesitados briznas de proposiciones, que a veces ni tan siquiera han sido solicitadas. Es muy común entre los mortales proferir nuestra filosofía de postín y conceder esa desafortunada recomendación que conlleva una carga de necedad, dañina para quién la recibe.

Aconsejar no es una tarea tan sencilla como a priori parece. Lo hacemos con prontitud, en ocasiones sin conocer realmente los verdaderos intereses que nos mueven al promulgar las frases que emitimos. Sin embargo, hemos de tener muy en cuenta lo que manifestamos, pues ello puede ser el detonante de una decisión incorrecta por parte de quien lo recibe, por lo tanto, y para no errar, debemos someter nuestros consejos a la sabia dirección divina.

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Me gusta ilustrar lo que digo con algún pasaje bíblico, que coloree mis torpes palabras con las sabias palabras de Dios, o diez mandamientos de Dios. Aparece ante mi un texto en 1º de Reyes 12:1-24/ Roboam se encuentra frente a la duda y decide pedir ayuda, primeramente acude a los ancianos, pero desecha el consejo de éstos y retiene el asesoramiento egoísta de aquellos jóvenes que habían crecido junto a él.

Meditando en este pasaje, valoro la gran importancia que posee el dejar reposar tus palabras antes de ofrecerlas como recomendación. De esta manera lograremos hacer que lo aconsejado sea lo más acertado. Por otra parte, cuando pasamos a ser los poseedores de las dudas, no hemos de elegir de forma aleatoria a la persona a la cual pedir ayuda, mas bien, hemos de reflexionar e ir al caudal apropiado que nos beneficiará a la hora de tomar una correcta resolución.

En más de una ocasión he dejado patente en algún artículo mi titubeo frente a la decisión. Pienso y repienso las cosas antes de tomar un parecer. Cuando decido pedir ayuda, soy cauta en la elección del confidente, las malas experiencias me han hecho comprender que esta opción no ha de ser tomada al azar, sino reflexionada.

Es así como encuentro en diversos amigos las frases adecuadas, pronunciadas con el ímpetu correcto, plagadas de buenos propósitos. Son a ellos a los que acudo cuando la duda me asalta, ignorando el consejo de aquellos que sin ser requeridos profesan frases cuyo contenido es de dudosa confianza.

Y sobre todo, acudo a Dios, para que sea él quién me indique los trámites que he de realizar para completar ese puzzle de variadas piezas en las que a veces se convierten mis problemas.